Las adelfas by Jorge de Cominges

Las adelfas by Jorge de Cominges

autor:Jorge de Cominges
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 1997-08-09T22:00:00+00:00


17

Amalia nunca dejaba de tener reservado un buen Rioja para Alberto. Conocía sus gustos refinados y se sentía orgullosa cuando el chófer de la señora Forteza encomiaba uno de sus guisos. No en vano Alberto se había relacionado —aunque fuese tan sólo a través de la alcoba, extremo que la cocinera en su ingenuidad ignoraba— con lo más rancio de la aristocracia de la capital. Amalia lo veía como uno de esos distinguidos mayordomos que solían aparecer en las series televisivas británicas y no intentaba disimular la admiración que por él sentía.

Cuando Alberto llegó a Madrid para entrar al servicio de Esteban Rodríguez del Pulgar, recomendado por el párroco de su pueblo natal, ya era consciente de la atracción que inspiraba entre los hombres. Las inequívocas miradas que le lanzaba el hijo mayor del amo cuando se bañaban los dos desnudos en el río y los mal disimulados fregoteos a que le sometía aquél con la excusa de una pelea sobre la hierba o al amparo de una abotargada siesta tras ingerir excesivas dosis de vino peleón, le acostumbraron a utilizar su atractivo para conseguir pequeños privilegios fuera del alcance de los otros gañanes del lugar. Así tenía acceso a las cocinas del marqués cuando la celebración de una cacería hacía necesaria manos suplementarias para ayudar al servicio en sus tareas habituales. Y fue la elección lógica de don Leopoldo cuando el señor Rodríguez del Pulgar, afamado anticuario madrileño al que dicho sacerdote había puesto en contacto con pequeños conventos de monjas deseosas de deshacerse de antiguas tallas o policromados sitiales en favor de la instalación de un moderno sistema informático que les permitiera ganarse el sustento ahora que las sábanas y mantelerías bordadas a mano ya no eran requeridas por las muchachas casaderas para sus ajuares de novias, le pidió le recomendase un joven dispuesto a aprender el oficio de criado.

Esteban prefería instruir a su gusto a un chico carente de experiencia que tomar a su servicio a alguien maleado o que hubiera adoptado hábitos que no eran de su agrado. Y aunque su homosexualidad era conocida, se había impuesto como norma intransgredible no mantener relación íntima alguna con el personal doméstico a sus órdenes. Lo que no impedía, sin embargo, que se rodease de hombres dotados del mayor atractivo posible.

Alberto fue aleccionado de modo exquisito por el anticuario. Aprendió a contestar de forma adecuada al teléfono, a servir la mesa y limpiar la plata, a planchar las camisas y tener los zapatos impecables, a colocar, incluso, a los invitados a la mesa de acuerdo con su categoría. Pronto supo distinguir entre la nobleza con gratin, la burguesía distinguida y los ricos de dinero reciente. Se acostumbró a servir las cenas de mayor compromiso o aquellas, íntimas, que requerían su discreta retirada una vez servido el primer plato. Marcó distancias con Françoise, la cocinera de ascendencia marsellesa que marchaba a las cinco de la tarde si un convite no exigía su presencia durante la velada y que al parecer mantenía en su hogar una consulta de vidente.



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